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De vuelta en la carretera

Voy a buscar pan para desayunar con tomate y aceite, pero me cuesta encontrarlo y termino dando un largo paseo y de vuelta en Villa Francescatti Tom está a punto de irse con sus pintas de Jesús ario a una Rainbow Gathering en los Alpes suizos. Yo no puedo ir porque mañana vuelo de vuelta a Asia, de vuelta a casa. “¿Es eso casa?” “Casa es donde eres feliz”.

Despierto. Oigo el murmullo sucio del avión. Recuerdo. Aquel hippie israelí que me abrazó en Verona tras una charla de dos horas y una Franziskaner compartida, esos dos autoestopistas alemanes que dirigí a Milán y a Venecia gracias a Kumar (¿crees en las casualidades Kumar?), Kumar que paró en el pedaggio y también iba a Marco Polo y escuchaba música de Bollywood en su coche. Azafatas veladas de Etihad danzan por el pasillo, el aviso de los cinturones se enciende, descendemos, de vuelta en Asia, con la luna roja que me dice que voy bien brillando sobre la pista de aterrizaje cuando tocamos tierra en Kuala Lumpur.

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13 días en una cárcel tailandesa (Parte 9)

PARTE NUEVE

Los monstruos

 

Sábado. Anoche conseguí todo el suelo para mí. Dormí como un niño y soñé que viajaba en zeppelín sobre algún desierto, y que todos mis compañeros de celda de repente hablaban un inglés perfecto. Resulta que me adjudicaron el suelo porque tengo un “long body” y  no por ninguna discriminación farang, porque en las plataformas de madera me quedaría media pierna en el aire. En el momento en que mencioné el tema y descubrieron que no estaba cómodo tras una semana durmiendo en el suelo reorganizaron todo el tinglado para darme más espacio. Putos ángeles.

Son como las siete y media. Estoy pensando en finalmente lavar la ropa, y espero que nadie robe mis muy codiciadas camisetas mientras secan al sol. Sej ya ha salido del trabajo, quizá fue a tomar un café con alguien o a vender sus muebles o a casa a leer conferencias de pájaros en el viejo y dulce verso shirazi. Allí estaba yo hace ahora un año, probablemente disfrutando de la hospitalidad de Reza y peleando con diplomáticos pakistaníes en Teherán.

Algunos dicen que quizá me suelten mañana o el lunes a primera hora (mis diez días se cumplen mañana, pero los domingos no suelen soltar a nadie). Ya veremos qué pasa, como solía decir el sabio cherokee, porque no hay mucho que yo pueda hacer desde aquí. Salvar el pelo, no meterme en líos, mantenerme entretenido. Buen rollo y perfil bajo. Quedan dos días. No puedo cagarla.

Afeitan un par de cabezas nuevas. En Na Thauí no hay identidad ni pasado. No importa quién eras antes. Ahora no eres nada, un preso más, solo otro mono del espacio bailando al ritmo de la crueldad de los guardias, de la indiferencia de la sociedad, de la impotencia de quienes te esperan afuera y de la tuya propia, solo una víctima del sistema, aplastado por intentar jugar con tus propias reglas.

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13 dias en una cárcel tailandesa (Parte 8)

PARTE OCHO

Mira hacia abajo

 

Definitivamente he puesto los árboles de moda. Antes no había nunca nadie allí, quizá algún viejo solitario de vez en cuando. Todos pasaban el día en el comedor o en la mezquita. Pero desde que empecé a ir allí se ha ido populando. Piños y sus colegas suelen poner cartones sobre la tierra y pasar allí horas buscando cáncer rápido en sus cigarrillos baratos. Otros dos grupos también han empezado a frecuentarlos, y las sombras son escasas. Mi rincón secreto tras la mezquita también está ocupado, así que es imposible estar solo y me siento en el comedor y me invitan a café y a medio cigarrillo de verdad. Estoy pensando en intentar comprar tabaco en la tienda, pero apenas tengo dinero y con todo lo que he recibido fumaría uno y regalaría diecinueve. Y el capullo egoísta en mí teme que una vez que la gente me vea haciendo mis propias adquisiciones el flujo de regalos decrezca considerablemente.

Buena parte de mi buena fortuna se debe a mi condición de farang. Les caigo bien y he hecho muchas cosas de la forma apropiada, pero mi principal vitud es ser una pausa en la cruel monotonía de la cárcel. Aunque para quienes sirven largas condenas mi paso por aquí solo signifique un instante sé que dentro de meses, solo por hacer conversación, alguien dirá eh, ¿te acuerdas del blanquito aquel que andaba loco con que no le cortaran el pelo? ¿Cómo se llamaba? Dieh Goh, quizá responda alguien.

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Mantequilla de cacahuete en la frontera

Sunauli. Tras cuatro camiones he recorrido los 265 kilómetros que separan Katmandú de la frontera y oficializado mi salida de Nepal. La aduana india es una mesa, dos sillas y tres guardias al borde de la carretera. Me piden que abra mi mochila y, muy natural y sonriente, la registro yo mismo para que no toquen mis cosas ni encuentren mi cuchillo. Esto son libros, esto es ropa, esto es la bolsa de la cámara… A medio proceso un bote de mantequilla de cacahuete sale volando de la mochila y rueda por la mesa.

Ah, and that’s peanut butter. “Peanut butter?” Los guardias indios observan el bote con recelo y me piden que lo abra. Quito la tapa y les enseño el contenido. Ellos cogen el bote y lo huelen con cara de asco, uno por uno, y en este punto yo ya me estoy riendo a carcajadas. Hay gente que esconde hachís en botes de Nutella y similares, pero no es eso lo que mis guardias están pensando. Lo observan como si fuera una poción mágica y me preguntan si es “medicinal o bueno para la salud”. Probablemente no, pero sabe bien. Saco una cuchara del bolsillo lateral de la mochila y les ofrezco probarla, pero ellos me miran como si quisiera envenenarlos y, casi asustados, dicen no, no, puedes irte.

Sin duda estoy de vuelta en India.

Un dia en Transnistria

Me giro para echarle un ultimo vistazo a la abandera de Ucrania. Acabo de cruzar la frontera, tras las preguntas de rigor (donde has estado en Ucrania? Donetsk? Periodista? Como es la situacion alli? Que piensa tu madre de que vayas a esos sitios?) y el puesto de Transnistria, con sus banderas y hoces y martillos ondeando al viento, esta a unos 300 metros.

Transnistria es una pequena republica fantasma situada entre Ucrania y Moldavia a la que no reconoce ningun miembro de la comunidad internacional, ni siquiera Rusia. Tiene un paro del 75%, un sector servicios de risa y un complejo monopolistico llamado Sheriff que controla gasolineras, supermercados, lineas telefonicas y hasta al equipo de futbol local. Por si todo esto fuera poco es un centro de lavado de dinero negro del crimen organizado y del comercio de armas mundial en el que las violaciones de los derechos humanos son de lo mas habitual. El 14 ejercito ruso sigue en su territorio y muchos en Ucrania aseguran que tanto tropas rusas como trasnsnistrias cruzan la frontera habitualmente.

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