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Las Islas de la Miseria

Atardece en Manila. En Roxas Drive los niños saltan al mar sucio desde las montañas de rocas y basura, la gente se sienta de cara a la carretera o a sus teléfonos y da la espalda al sol que se pone naranja sobre el trocito de horizonte disponible entre Pasay y el puerto.

«Ves lo malo en un instante, pero has de esforzarte en ver el lado bueno de las cosas”, me dijo en el taxi mientras la acompañaba al aeropuerto. De regreso a Malate, durante hora y cuarto de jeepney (¿qué es un jeepney? Lo único original que ví en Filipinas) por 15 pesos en lugar de los 300 del taxi regateado, observé las callejas de Manila, los ejércitos de mendigos y sintecho, los barrios de chabolas que asoman en un callejón tras un Jollybee o un 7 Eleven, los viejos esqueléticos que pedalean a cámara lenta en sus pesados rickshaws de metal, los niños que juegan desnudos en la acera mientras se bañan con un cubo de agua sucia, la sonrisa triste de su padre que observa a un par de metros como pensando quizá no les he dado una vida tan miserable a pesar de todo, los niños de la calle que sonríen a través de toda la miserie y mugre en sus caras en todo el mundo, incluso aquí en la capital de las Islas de la Miseria, yo sentado junto al conductor al frente del jeepney fumando un cigarrillo y chapurreando sobre la ruta y lo que gana al mes y con mi propia sonrisa gracias a la promesa que arranqué a India a través de la cinta de seguridad en el aeropuerto, dándome cuenta de que incluso aquí en el país más triste y miserable que nunca vi, incluso aquí los niños de la calle se ríen del horror.

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Gili Meno

Sentado al sol tras un baño mañanero me doy cuenta de que esta es probablemente la primer vez en seis meses que estoy quieto en un sitio agradable. Desde que nos fuimos de Hampi el sur de India fue una carrera, Myanmar fue una pasada pero con solo 28 días descontando en el visado había que moverse rápido. Estuve tres semanas en Bangkok, dos en Na Tahuí,  otras tres en Mumbai, sí, pero ninguno de esos sitios son exactamente lo que llamaría lugares agradables. Ahora tras unas cuantas noches de poco sueño me despierto en una de las escasas fortalezas de viajeros que resisten en Gili Meno y me siento en la cabaña principal sorbiendo un café. ¿Qué hacer? Sonrío. Porque no lo sé. No me importa. Da igual. Quedan doce días en mi visado y dudo que haga más con ellos que estar aquí. De vez en cuando leeré y escribiré y daré vueltas por la isla. El resto de tiempo no hay más que hacer que charlar y sonreír.

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Numpang

Hoy no soy capaz de dejar el hotel antes de la hora del checkout, después de que los chavales de recepción se empeñaran de llevarme de bares anoche. Me levanto a las once, hago la mochila y compruebo la ruta mientras como noodles gratuitos del hotel. A las 12:10 estoy caminando dirección noreste bajo un sol infernal hacia una de las calles principales de Mataram. Lleva un rato parar una pickup. Van a Bangsal, igual que yo, pero quieren dinero. Al menos les convenzo para que me saquen da la cuidad. El siguiente coche, en Midang, habla inglés y va a Sengigi, así que por qué no, tomemos la ruta turística. Me deja en el medio de un pueblo de playa muy comercial lleno de discotecas y de los inevitables tuts que intentan venderte cosas.

Camino dirección norte acantilado arriba. Como debe ser en un lugar como este, cuatro coches dicen no numpang [numpang significa autoestop en bahasa] pero el quinto dice que por qué no, y con una sonrisa subo al coche. Va mitad de camino, hasta Nipah, habla algo de inglés y me da un Marlboro. En Nipah visitamos su restaurante de pescado frito en la playa y empieza a llover muy duro, la primera lluvia fuerte desde probablemente Myanmar hace cinco meses. Me refugio en el warung de su hija y leo hasta que afloja. A ella no parezco importarle mucho y prefiere echarse una siesta en el suelo.

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Ciudad Robot

Singapur es lo que le pasará a Bangkok cuando los Vendedores Callejeros pierdan la guerra contra las Franquicias. Singapur es lo que le pasará a Dubai cuando encuentre un propósito y aprenda a construir parques y aparentar felicidad falsa. Singapur es lo que le pasará al Primer Mundo cuando los humanos empiecen a adoptar componentes robóticos para alargar sus vidas. Singapur es una utopía autoritaria comandada por dinero y apariencias. Informe de toda actividad sospechosa.

Y con esta niebla parece 2036.

Bienvenido al Futuro. Hemos matado el sol pero puedes caminar a través de centros comerciales durante kilómetros, sin tener que respirar nunca el aire envenenado.

Me siento como en una novela distópica barata. Es como observar un desfile de cyborgs preprogramados, entretenido pero inquietante que te cagas. He de encontrar a la Gente Rata e iniciar una revolución.

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I Treat You Icecream

Salgo de Sungai Petani tras un frugal desayuno de dos ringgit (te tareh y roti chana), simplemente caminando por la cuneta de camino a la carretera que va a Kuala Ketil cuando un heladero ambulante pedalea de la nada y me llama. «¡Eh! ¡Amigo!» Me giro esperando los usuales ¿Dónde vas? ¡El bus se coge allí! ¡Nadie te va a parar! Pero en vez de eso el vendedor sonríe desde su bicicleta y dice, de una forma tan humilde como alegre: “Te invito a un helado”. Y abre la pequeña neverita que lleva soldada a la bici e insiste en que coja uno de los caros. Elijo algo así como un Magnum de chocolate y café, sonrío de vuelta y digo muchas gracias tío, y él sonríe de nuevo y también dice gracias.

Y unos escasos y cortos minutos después el helado se ha terminado pero yo camino extático por la cuneta, la moral a tope, apreciando cada detalle que me encuentro desde niños jugando hasta arroyos de basura. Porque cuando viajas así es este tipo de cosas las que te alegran el día. No los grandes templos ni el dinero o siquiera las montañas, sino la simple amabilidad desnuda del desconocido que sabe que no somos desconocidos.

De vuelta en la carretera

Voy a buscar pan para desayunar con tomate y aceite, pero me cuesta encontrarlo y termino dando un largo paseo y de vuelta en Villa Francescatti Tom está a punto de irse con sus pintas de Jesús ario a una Rainbow Gathering en los Alpes suizos. Yo no puedo ir porque mañana vuelo de vuelta a Asia, de vuelta a casa. “¿Es eso casa?” “Casa es donde eres feliz”.

Despierto. Oigo el murmullo sucio del avión. Recuerdo. Aquel hippie israelí que me abrazó en Verona tras una charla de dos horas y una Franziskaner compartida, esos dos autoestopistas alemanes que dirigí a Milán y a Venecia gracias a Kumar (¿crees en las casualidades Kumar?), Kumar que paró en el pedaggio y también iba a Marco Polo y escuchaba música de Bollywood en su coche. Azafatas veladas de Etihad danzan por el pasillo, el aviso de los cinturones se enciende, descendemos, de vuelta en Asia, con la luna roja que me dice que voy bien brillando sobre la pista de aterrizaje cuando tocamos tierra en Kuala Lumpur.

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13 días en una cárcel tailandesa (Parte 11)

  PARTE 11

Cruzo los muros blancos

 

Hoy es lunes. Lunes 13. Veinte minutos para las ocho. Arroz, café, un pitillo. Aún no pasa nada, por no pasar no pasa ni el tiempo. Acelera reloj, ¡me quiero largar! Abrid las puertas, ventilad el patio, que el viento se lleve este olor a rancio a cerrado a muerte a sufrimiento sangre y desesperanza. La gente se ducha o fuma en la mezquita o ve las noticias en el comedor (solo son sucesos y sociedad y deportes y vídeos de gatitos, el mundo podría haber terminado ahí fuera sin que yo tuviera ni idea).

Dudas, dudas y esperanza. Tengo que salir. Me pasa por la cabeza que todo es una fantasía, que en realidad no soy más que otro preso tailandés que escapa de la triste realidad de Na Thauí imaginando ser uno de esos viajeros farang llenos de sonrisas y posibilidades, que estoy a punto de salir y todo el ancho mundo y la chica más guapa en él esperan por mí afuera. Pero solo soy un viejo pescador roto que cumple cadena perpétua, sin nadie que me ayude y sin más mundo que este patio y estos muros con su cúpula de nubes negras. Podría ser cierto. La cárcel te vuelve loco y hace siglos que no me veo en un espejo, así que quién sabe si mi cara es vieja y asiática. Quizá la gente me llama farang para reírse de mi fantasía. Quizá solo soy un viejo y alto tailandés loco cuya locura le ha hecho olvidar su lengua materna.

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13 días en una cárcel tailandesa (parte 10)

PARTE DIEZ

One Happy

 

Desde el baño de la celda, si te pones de puntillas, se puede ver el amanecer.

Domingo. Paso 1: lavarme la cara y beber agua en el grifo de detrás de la tienda. Paso 2: conseguir un pitillo y quizá unos sorbos de café hasta que sea hora del arroz del desayuno. Lumchin ha empezado a reírse de mí porque pienso demasiado. “Siempre pensando”, gesticula. “Un día tuyo aquí es como cinco míos”. A estas alturas nos hemos convertido en unos artistas del lenguaje de signos. Su inglés y mi thai mejoran. Si estuviera aquí un par de semanas más igual hasta podríamos tener una conversación de verdad.

Muchos presos pintan mensajes o dibujos con boli en la parte de atrás de las camisetas de cárcel que los que están aquí largo tiempo reciben. La del tipo que fuma delante de mí en el comedor dice “RUN 27”. Veintisiete es probablemente su número en la celda. Escapar es su deseo.

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13 días en una cárcel tailandesa (Parte 9)

PARTE NUEVE

Los monstruos

 

Sábado. Anoche conseguí todo el suelo para mí. Dormí como un niño y soñé que viajaba en zeppelín sobre algún desierto, y que todos mis compañeros de celda de repente hablaban un inglés perfecto. Resulta que me adjudicaron el suelo porque tengo un “long body” y  no por ninguna discriminación farang, porque en las plataformas de madera me quedaría media pierna en el aire. En el momento en que mencioné el tema y descubrieron que no estaba cómodo tras una semana durmiendo en el suelo reorganizaron todo el tinglado para darme más espacio. Putos ángeles.

Son como las siete y media. Estoy pensando en finalmente lavar la ropa, y espero que nadie robe mis muy codiciadas camisetas mientras secan al sol. Sej ya ha salido del trabajo, quizá fue a tomar un café con alguien o a vender sus muebles o a casa a leer conferencias de pájaros en el viejo y dulce verso shirazi. Allí estaba yo hace ahora un año, probablemente disfrutando de la hospitalidad de Reza y peleando con diplomáticos pakistaníes en Teherán.

Algunos dicen que quizá me suelten mañana o el lunes a primera hora (mis diez días se cumplen mañana, pero los domingos no suelen soltar a nadie). Ya veremos qué pasa, como solía decir el sabio cherokee, porque no hay mucho que yo pueda hacer desde aquí. Salvar el pelo, no meterme en líos, mantenerme entretenido. Buen rollo y perfil bajo. Quedan dos días. No puedo cagarla.

Afeitan un par de cabezas nuevas. En Na Thauí no hay identidad ni pasado. No importa quién eras antes. Ahora no eres nada, un preso más, solo otro mono del espacio bailando al ritmo de la crueldad de los guardias, de la indiferencia de la sociedad, de la impotencia de quienes te esperan afuera y de la tuya propia, solo una víctima del sistema, aplastado por intentar jugar con tus propias reglas.

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13 dias en una cárcel tailandesa (Parte 8)

PARTE OCHO

Mira hacia abajo

 

Definitivamente he puesto los árboles de moda. Antes no había nunca nadie allí, quizá algún viejo solitario de vez en cuando. Todos pasaban el día en el comedor o en la mezquita. Pero desde que empecé a ir allí se ha ido populando. Piños y sus colegas suelen poner cartones sobre la tierra y pasar allí horas buscando cáncer rápido en sus cigarrillos baratos. Otros dos grupos también han empezado a frecuentarlos, y las sombras son escasas. Mi rincón secreto tras la mezquita también está ocupado, así que es imposible estar solo y me siento en el comedor y me invitan a café y a medio cigarrillo de verdad. Estoy pensando en intentar comprar tabaco en la tienda, pero apenas tengo dinero y con todo lo que he recibido fumaría uno y regalaría diecinueve. Y el capullo egoísta en mí teme que una vez que la gente me vea haciendo mis propias adquisiciones el flujo de regalos decrezca considerablemente.

Buena parte de mi buena fortuna se debe a mi condición de farang. Les caigo bien y he hecho muchas cosas de la forma apropiada, pero mi principal vitud es ser una pausa en la cruel monotonía de la cárcel. Aunque para quienes sirven largas condenas mi paso por aquí solo signifique un instante sé que dentro de meses, solo por hacer conversación, alguien dirá eh, ¿te acuerdas del blanquito aquel que andaba loco con que no le cortaran el pelo? ¿Cómo se llamaba? Dieh Goh, quizá responda alguien.

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