Archivo de la etiqueta: golfo pérsico

The Story

Este es el guión que preparé en Omán cuando los barcos de Muscat también me fallaron y decidí probar suerte en las oficinas del aeropuerto de Dubai. Había olvidado lo estricto e irracional que es DXB, y de sus empleados no obtuve más que miradas extrañas y ataques de pánico ante la propuesta. Algunos me pararon nada más empezar, otros escucharon atentamente y alguno hasta mantuvo un diálogo e intentó echar una mano. Pero al final no quedó más remedio que comprar un billete a Mumbai con escala en Bahrein, que era el más barato. El primer vuelo se retrasó y perdimos la conexión y nos llevaron a un hotel de cinco estrellas para esperar allí hasta el próximo vuelo. Un hotel de cinco estrellas, después de tres noches en la calle, ahogando en los bufés libres la culpa de haber pagado y traicionado.

En fin, aunque el guión no tuvo mucho éxito y a pesar de la traducción cutre que he hecho, la historia me parece bastante digna. Así que aquí la tenéis, tal cual la escribí, para leerla y por si os veis con ganas de criticarla y hacer sugerencias, porque es posible que tenga que asaltar un avión de nuevo. ¿Qué fallos tiene? ¿Qué os habría ablandado si fuerais el jefe de oficina de Jet Airways? ¿Demasiado moñas, demasiados recordatorios de que soy un vagabundo y un paria en vez del hombre de negocios estándar?

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Terrorismo marino en Raz al Jinz

Tortugas marinas viajan constantemente desde todos los océanos para dar a luz en una zona específica de la costa de Omán, en el extremo de Arabia donde el golfo Pérsico se encuentra con el océano Índico. Pero la llegada del turismo masivo al hasta hace poco remoto Sultanato ha convertido a los lugareños y al propio gobierno en avaros dispuestos a exprimir sin escrúpulo ninguno la tortuga de los huevos de oro.

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La Ciudad Sin Alma

Los gases del petróleo envenenaron a los beduinos, que cambiaron sus camellos y sus almas por coches de lujo y rascacielos a la orilla del mar, ya no orgullosos de sus tradiciones y de su habilidad en combate sino de sus carteras y de sus yates. Y Dubai es su cementerio, cada edificio una gigantesca lápida que marca la muerte de una tradición nómada. La Alhambra del capitalismo árabe, monolitos y autopistas y obras polvorientas en vez de plácidas fuentes y hermosos edificios sobre la montaña. Porque los árabes fueron grandes una vez, y tras siglos de decadencia y olvido llegó el petróleo y en vez de grandes decidieron que esta vez tocaba ser macarras.

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Piratas y bedeles: cómo crucé el Golfo Pérsico

Camino bajo el sol por la pista de tierra que va de Kandolu a la carretera de Laft y tanteo el pasaporte en mi bolsillo izquierdo. Mierda… Por qué no renovaría el visado en Qeshm. Todo pintaba muy bien, pero mi plan ha fracasado miserablemente y la opción B tiene muy mal aspecto. Porque una cosa es conseguir acceso al ferry y otra que la policía me deje embarcar antes de que suelte amarras.

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La luna de Yazd

Con el atardecer la ciudad vuelve a la vida, pero fuera de las avenidas principales, en las retorcidas callejuelas del casco antiguo, el silencio solo es interrumpido por el ocasional grupo que vuelve de recoger en la mezquita su ración de arroz tras el fin del ayuno. La luna ilumina las altas paredes de adobe mientras camino de vuelta a casa de Hassan, también con mi ración de arroz bajo el brazo, y disfruto del silencio y del fresco y de la belleza simple de la ciudad del desierto. Una niña me sonríe desde su ventana y empieza a cantar una canción de la cual solo entiendo dos palabras: fahang (extranjero) y musafir. Me giro y le hago una reverencia. La niña ríe y canta de nuevo y un tipo que pasa por la callejuela me mira mal, probablemente porque nadie le ha cantado nunca desde una ventana. Y sigo caminando feliz entre el bosque de badgirs iluminados por la noche del desierto, porque estoy en Yazd y tengo un montón de arroz y esta noche no voy a dormir en el parque sino totalmente solo en casa de un desconocido que conocí en la calle y que no dudó en darme sus llaves porque él se iba a pasar la noche en las montañas.

Isfahan puede ser «la mitad del mundo» y acaparar las postales, pero Yazd tiene la modesta belleza de una ciudad tranquila que durante milenios ha sido dorada por el sol y las tormentas de arena y si tuviera algo más que mis racionados 18 euros sin duda me quedaría aquí al menos una semana. Pero la necesidad fuerza el camino hacia el sur, por Persépolis y Shiraz y los muelles de Bandar Abbas, donde espero encontrar un contrabandista misericordioso que me cruce el Golfo hasta un cajero automático y un cónsul pakistaní más razonable.