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El mercado de Tomohon

Filas de murciélagos, con las alas separadas del cuerpo, enseñan los dientes en un silencioso aullido final. Una pitón abierta en canal deja ver sus pálidas entrañas. Ratas empaladas en palos parecen macabros kebabs. Un olor dulzón e incómodo llena el aire. Los gemidos de perros enjaulados se oyen a lo lejos. Los clientes que merodean entre los puestos no parecen distintos de los de cualquier otro mercado indonesio. Pero casi todos son minahasa, famosos por su estremecedora (y supuestamente deliciosa) gastronomía.

AVISO: este post puede dar MUY mal rollo.

Aunque abandonaron los bosques hace siglos, los minahasa aún consumen la mayoría de los animales que sus antepasados comían hace seis mil años, perro, serpiente y murciélago incluidos. En Semana Santa, en este mercado pueden encontrarse hasta monos y tortugas, platos especiales que aquí equivalen al pavo navideño de Occidente.

Cualquier día del año, especialmente los sábados, el mercado tradicional de Tomohon luce productos muy poco comunes. Vendedores ambulantes pasean con bandejas de ratas fritas entre los puestos de verduras y ropa. Más allá, donde empieza a oler a sangre y el suelo se vuelve resbaladizo, hay cerdos, pollos o jabalíes recién sacrificados. Y también serpientes, murciélagos y, más inquietante que ningún otro «producto», perros resignados que esperan en sus jaulas a la muerte.

Si tiene cuatro patas se puede comer, dicen en Tomohon. O dos patas. O alas. O escamas. Aquí se come todo.

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Ciudad Robot

Singapur es lo que le pasará a Bangkok cuando los Vendedores Callejeros pierdan la guerra contra las Franquicias. Singapur es lo que le pasará a Dubai cuando encuentre un propósito y aprenda a construir parques y aparentar felicidad falsa. Singapur es lo que le pasará al Primer Mundo cuando los humanos empiecen a adoptar componentes robóticos para alargar sus vidas. Singapur es una utopía autoritaria comandada por dinero y apariencias. Informe de toda actividad sospechosa.

Y con esta niebla parece 2036.

Bienvenido al Futuro. Hemos matado el sol pero puedes caminar a través de centros comerciales durante kilómetros, sin tener que respirar nunca el aire envenenado.

Me siento como en una novela distópica barata. Es como observar un desfile de cyborgs preprogramados, entretenido pero inquietante que te cagas. He de encontrar a la Gente Rata e iniciar una revolución.

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Kumbh Mela: el festival de la urna justa

Según la leyenda, los Devas (seres celestes que representan la luz) fueron privados de su poder tras haber cometido una injusticia. Sus archienemigos, los Asuras (entes divinos del inframundo), aprovecharon la oportunidad para arrebatarles el control del universo. Con el fin de recobrar su fuerza los Devas pidieron consejo a Brahma y Shiva, quienes les dirigieron a Vishnu. Éste les recomendó batir el Ksira Sagara, el océano primordial de leche, para conseguir así el néctar de la inmortalidad, amrita, el cual les devolvería el poder perdido.

Para obtener el amrita los Devas tuvieron que declarar una tregua con los Asuras y trabajar juntos con la promesa de compartir los beneficios a partes iguales. Sin embargo, cuando la urna (kumbh) de amrita surgió de las aguas se inició una batalla. Durante doce días y doce noches, los Devas y los Asuras lucharon en los cielo por la vasija de amrita. Durante la batalla Vishnu huyó con el néctar, derramando gotas en cuatro lugares: Allahabad, Haridwar, Ujjain, y Nashik.

Kumbh Mela Nashik 2015

El Kumbh Mela es una masiva peregrinación religiosa en la que los hindúes se reúnen para bañarse en un río sagrado. Es considerada la mayor reunión pacífica de todo el mundo (se estima que más de 100 millones de personas acudieron al Maha Kumbh Mela de 2013 en Allahabad), y se celebra cada tres años en uno de los cuatro lugares en los que según el mito cayeron gotas de amrita, por lo que cada una de las ciudades sagradas alberga el festival una vez cada doce años.

Kumbh Mela Nashik 2015

El principal evento es el baño ritual en el río (el Ganges, el Godavari, el Kshipra o Sangam, según la ciudad en la que se celebre), que según la creencia lava los pecados. Otras actividades incluyen procesiones, debates religiosos, canciones, comedores para ascetas y pobres, y asambleas religiosas en las que las doctrinas son debatidas y estandarizadas. Al ser el más sagrado de todos los festivales hindúes, miles de ascetas y hombres santos lo visitan. Los sadhus visten túnicas de color azafrán y esparcen ceniza sobre su piel en honor a Shiva. Algunos, como los naga sanyasis, no visten más que un pequeño taparrabos como muestra de su renuncia al mundo material.

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Bersih 4

Tras oír las alarmistas declaraciones de las autoridades y los avisos de algunos malayos que me recomendaron no acercarme al centro de Kuala Lumpur, me esperaba una revuelta. La gente hablaba sobre cómo las tres anteriores manifestaciones organizadas por Bersih (un grupo reformista creado tras alegaciones de corrupción en el gobierno) habían terminado en cargas policiales, cañones de agua y gas lacrimógeno. Pero la cuarta protesta fue un evento tranquilo y alegre. Bersih, que significa «Limpieza» en malayo, estimó que más de 200.000 personas desfilaron por el centro de la capital malaya en la mañana del sábado para exigir la dimisión del primer ministro Najib Razak.

La policía cifró el número de manifestantes en 30.000, a pesar de que la multitud colapsó las calles del centro durante todo el sábado 29 y parte del domingo 30. La gran mayoría vestía las camisetas amarillas de Bersih, en desafío a la afirmación de última hora del gobierno de que eran «ilegales». Algunos incluso blandían pancartas amarillas que declaraban que «puedes ilegalizar una camiseta, pero no una idea».

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I Treat You Icecream

Salgo de Sungai Petani tras un frugal desayuno de dos ringgit (te tareh y roti chana), simplemente caminando por la cuneta de camino a la carretera que va a Kuala Ketil cuando un heladero ambulante pedalea de la nada y me llama. «¡Eh! ¡Amigo!» Me giro esperando los usuales ¿Dónde vas? ¡El bus se coge allí! ¡Nadie te va a parar! Pero en vez de eso el vendedor sonríe desde su bicicleta y dice, de una forma tan humilde como alegre: “Te invito a un helado”. Y abre la pequeña neverita que lleva soldada a la bici e insiste en que coja uno de los caros. Elijo algo así como un Magnum de chocolate y café, sonrío de vuelta y digo muchas gracias tío, y él sonríe de nuevo y también dice gracias.

Y unos escasos y cortos minutos después el helado se ha terminado pero yo camino extático por la cuneta, la moral a tope, apreciando cada detalle que me encuentro desde niños jugando hasta arroyos de basura. Porque cuando viajas así es este tipo de cosas las que te alegran el día. No los grandes templos ni el dinero o siquiera las montañas, sino la simple amabilidad desnuda del desconocido que sabe que no somos desconocidos.

De vuelta en la carretera

Voy a buscar pan para desayunar con tomate y aceite, pero me cuesta encontrarlo y termino dando un largo paseo y de vuelta en Villa Francescatti Tom está a punto de irse con sus pintas de Jesús ario a una Rainbow Gathering en los Alpes suizos. Yo no puedo ir porque mañana vuelo de vuelta a Asia, de vuelta a casa. “¿Es eso casa?” “Casa es donde eres feliz”.

Despierto. Oigo el murmullo sucio del avión. Recuerdo. Aquel hippie israelí que me abrazó en Verona tras una charla de dos horas y una Franziskaner compartida, esos dos autoestopistas alemanes que dirigí a Milán y a Venecia gracias a Kumar (¿crees en las casualidades Kumar?), Kumar que paró en el pedaggio y también iba a Marco Polo y escuchaba música de Bollywood en su coche. Azafatas veladas de Etihad danzan por el pasillo, el aviso de los cinturones se enciende, descendemos, de vuelta en Asia, con la luna roja que me dice que voy bien brillando sobre la pista de aterrizaje cuando tocamos tierra en Kuala Lumpur.

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13 días en una cárcel tailandesa (y 12)

PARTE 12

Polvorones en julio

Por la mañana, tras los habituales baiyanes y arroz y promesas de email incumplidas, un guarda considerablemente amable que no grita y hasta para a conseguirme un cigarrillo me lleva al centro de detención de la frontera. “Allí”, dice, “están tu amigo y tu embajada”. Pero allí lo único que hay es intransigencia y un calabozo repleto de malayos, birmanos y bangladeshíes. Antes de enjaularme deniegan mis peticiones de emails y reuniones con el jefe cabrón. Uno de los inspectores que estaba en la oficina cuando se me detuvo hace once días observa cómo entro en la celda y grita: “No Malaysia! Only Bangkok!” Y se aleja riéndose.

En esta jaula no hay orden ninguno, ni rastro de ese respeto y deseo de facilitar la convivencia que tienen de una forma u otra los presos. Esto es la jungla. Viejos que lloriquean, chavales que tiran gomitas y reciben broncas, comida sin terminar y basura. Más de cien personas compartiendo los mismos barrotes, hablando, sudando, sufriendo, aguantando el mono, caminando en círculos durante horas a través del camino creado por el mar de cuerpos tumbados.

Nada más entrar un malayo gordo y alto se me acerca y pregunta si he estado en Na Thauí. No sé quién es. “Estaba en el bloque 2”, explica. Salió de allí hace una semana, el mismo día en que entré yo, y desde entonces camina en círculos por esta cacofonía de insensatez esperando a que le dejen volver a casa. Malasia se ve desde la ventana.

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13 días en una cárcel tailandesa (Parte 11)

  PARTE 11

Cruzo los muros blancos

 

Hoy es lunes. Lunes 13. Veinte minutos para las ocho. Arroz, café, un pitillo. Aún no pasa nada, por no pasar no pasa ni el tiempo. Acelera reloj, ¡me quiero largar! Abrid las puertas, ventilad el patio, que el viento se lleve este olor a rancio a cerrado a muerte a sufrimiento sangre y desesperanza. La gente se ducha o fuma en la mezquita o ve las noticias en el comedor (solo son sucesos y sociedad y deportes y vídeos de gatitos, el mundo podría haber terminado ahí fuera sin que yo tuviera ni idea).

Dudas, dudas y esperanza. Tengo que salir. Me pasa por la cabeza que todo es una fantasía, que en realidad no soy más que otro preso tailandés que escapa de la triste realidad de Na Thauí imaginando ser uno de esos viajeros farang llenos de sonrisas y posibilidades, que estoy a punto de salir y todo el ancho mundo y la chica más guapa en él esperan por mí afuera. Pero solo soy un viejo pescador roto que cumple cadena perpétua, sin nadie que me ayude y sin más mundo que este patio y estos muros con su cúpula de nubes negras. Podría ser cierto. La cárcel te vuelve loco y hace siglos que no me veo en un espejo, así que quién sabe si mi cara es vieja y asiática. Quizá la gente me llama farang para reírse de mi fantasía. Quizá solo soy un viejo y alto tailandés loco cuya locura le ha hecho olvidar su lengua materna.

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13 días en una cárcel tailandesa (parte 10)

PARTE DIEZ

One Happy

 

Desde el baño de la celda, si te pones de puntillas, se puede ver el amanecer.

Domingo. Paso 1: lavarme la cara y beber agua en el grifo de detrás de la tienda. Paso 2: conseguir un pitillo y quizá unos sorbos de café hasta que sea hora del arroz del desayuno. Lumchin ha empezado a reírse de mí porque pienso demasiado. “Siempre pensando”, gesticula. “Un día tuyo aquí es como cinco míos”. A estas alturas nos hemos convertido en unos artistas del lenguaje de signos. Su inglés y mi thai mejoran. Si estuviera aquí un par de semanas más igual hasta podríamos tener una conversación de verdad.

Muchos presos pintan mensajes o dibujos con boli en la parte de atrás de las camisetas de cárcel que los que están aquí largo tiempo reciben. La del tipo que fuma delante de mí en el comedor dice “RUN 27”. Veintisiete es probablemente su número en la celda. Escapar es su deseo.

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13 días en una cárcel tailandesa (Parte 9)

PARTE NUEVE

Los monstruos

 

Sábado. Anoche conseguí todo el suelo para mí. Dormí como un niño y soñé que viajaba en zeppelín sobre algún desierto, y que todos mis compañeros de celda de repente hablaban un inglés perfecto. Resulta que me adjudicaron el suelo porque tengo un “long body” y  no por ninguna discriminación farang, porque en las plataformas de madera me quedaría media pierna en el aire. En el momento en que mencioné el tema y descubrieron que no estaba cómodo tras una semana durmiendo en el suelo reorganizaron todo el tinglado para darme más espacio. Putos ángeles.

Son como las siete y media. Estoy pensando en finalmente lavar la ropa, y espero que nadie robe mis muy codiciadas camisetas mientras secan al sol. Sej ya ha salido del trabajo, quizá fue a tomar un café con alguien o a vender sus muebles o a casa a leer conferencias de pájaros en el viejo y dulce verso shirazi. Allí estaba yo hace ahora un año, probablemente disfrutando de la hospitalidad de Reza y peleando con diplomáticos pakistaníes en Teherán.

Algunos dicen que quizá me suelten mañana o el lunes a primera hora (mis diez días se cumplen mañana, pero los domingos no suelen soltar a nadie). Ya veremos qué pasa, como solía decir el sabio cherokee, porque no hay mucho que yo pueda hacer desde aquí. Salvar el pelo, no meterme en líos, mantenerme entretenido. Buen rollo y perfil bajo. Quedan dos días. No puedo cagarla.

Afeitan un par de cabezas nuevas. En Na Thauí no hay identidad ni pasado. No importa quién eras antes. Ahora no eres nada, un preso más, solo otro mono del espacio bailando al ritmo de la crueldad de los guardias, de la indiferencia de la sociedad, de la impotencia de quienes te esperan afuera y de la tuya propia, solo una víctima del sistema, aplastado por intentar jugar con tus propias reglas.

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