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13 días en una cárcel tailandesa (Parte 9)

PARTE NUEVE

Los monstruos

 

Sábado. Anoche conseguí todo el suelo para mí. Dormí como un niño y soñé que viajaba en zeppelín sobre algún desierto, y que todos mis compañeros de celda de repente hablaban un inglés perfecto. Resulta que me adjudicaron el suelo porque tengo un “long body” y  no por ninguna discriminación farang, porque en las plataformas de madera me quedaría media pierna en el aire. En el momento en que mencioné el tema y descubrieron que no estaba cómodo tras una semana durmiendo en el suelo reorganizaron todo el tinglado para darme más espacio. Putos ángeles.

Son como las siete y media. Estoy pensando en finalmente lavar la ropa, y espero que nadie robe mis muy codiciadas camisetas mientras secan al sol. Sej ya ha salido del trabajo, quizá fue a tomar un café con alguien o a vender sus muebles o a casa a leer conferencias de pájaros en el viejo y dulce verso shirazi. Allí estaba yo hace ahora un año, probablemente disfrutando de la hospitalidad de Reza y peleando con diplomáticos pakistaníes en Teherán.

Algunos dicen que quizá me suelten mañana o el lunes a primera hora (mis diez días se cumplen mañana, pero los domingos no suelen soltar a nadie). Ya veremos qué pasa, como solía decir el sabio cherokee, porque no hay mucho que yo pueda hacer desde aquí. Salvar el pelo, no meterme en líos, mantenerme entretenido. Buen rollo y perfil bajo. Quedan dos días. No puedo cagarla.

Afeitan un par de cabezas nuevas. En Na Thauí no hay identidad ni pasado. No importa quién eras antes. Ahora no eres nada, un preso más, solo otro mono del espacio bailando al ritmo de la crueldad de los guardias, de la indiferencia de la sociedad, de la impotencia de quienes te esperan afuera y de la tuya propia, solo una víctima del sistema, aplastado por intentar jugar con tus propias reglas.

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13 dias en una cárcel tailandesa (Parte 8)

PARTE OCHO

Mira hacia abajo

 

Definitivamente he puesto los árboles de moda. Antes no había nunca nadie allí, quizá algún viejo solitario de vez en cuando. Todos pasaban el día en el comedor o en la mezquita. Pero desde que empecé a ir allí se ha ido populando. Piños y sus colegas suelen poner cartones sobre la tierra y pasar allí horas buscando cáncer rápido en sus cigarrillos baratos. Otros dos grupos también han empezado a frecuentarlos, y las sombras son escasas. Mi rincón secreto tras la mezquita también está ocupado, así que es imposible estar solo y me siento en el comedor y me invitan a café y a medio cigarrillo de verdad. Estoy pensando en intentar comprar tabaco en la tienda, pero apenas tengo dinero y con todo lo que he recibido fumaría uno y regalaría diecinueve. Y el capullo egoísta en mí teme que una vez que la gente me vea haciendo mis propias adquisiciones el flujo de regalos decrezca considerablemente.

Buena parte de mi buena fortuna se debe a mi condición de farang. Les caigo bien y he hecho muchas cosas de la forma apropiada, pero mi principal vitud es ser una pausa en la cruel monotonía de la cárcel. Aunque para quienes sirven largas condenas mi paso por aquí solo signifique un instante sé que dentro de meses, solo por hacer conversación, alguien dirá eh, ¿te acuerdas del blanquito aquel que andaba loco con que no le cortaran el pelo? ¿Cómo se llamaba? Dieh Goh, quizá responda alguien.

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13 dias en una cárcel tailandesa (Parte 6)

PARTE SEIS

La abuela cherokee

 

Al volver anoche a las celdas me avisaron claramente: hoy te has escaqueado, pero pero mañana te cortamos el pelo. Antes de ir a dormir revisé mi plan de acción. Esconderme en la terraza si no llueve, tras la mezquita si llueve. Si llueve me van a encontrar porque tras la mezquita me escondí ayer y a estas alturas ya lo sabe todo el mundo. Si me encuentran, el siguiente paso es mucho más elaborado.

Al despertar veo nubes negras. Diluvia en el patio. Si subo a la terraza todos van a hablar de ello y se correrá la voz, por no hablar de que me voy a poner pingando. A no ser que me tire al pozo, la única opción es ir tras la mezquita y esperar a que me encuentren. Igual que ayer me salto el desayuno, pero para el conteo y el himno no puedo faltar y al romper filas los guardias me siguen con la mirada. No tardan en venir a buscarme. Pido ver a Kai para que traduzca ante el responsable el bloque, y para mi sorpresa acceden a ello. Tengo mala suerte, porque el madero que está hoy a cargo del bloque es un capullo que pasa de todo. Pero yo me atengo al plan. La idea es utilizar la cultura tailandesa para alegar que no pueden cortarme el pelo por motivos religiosos. Dudo mucho que funcione, pero es la única opción que tengo.

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13 dias en una cárcel tailandesa (Parte 3)

PARTE TRES

El último recurso

 

A las cinco me despierta el runrún tímido de la oración de la mañana. A las seis y pico es una cara tailandesa anónima la que me hace abrir los ojos: viene el guardia. Nos sentamos, todos colocadines en nuestro sitio y preparados para recitar nuestro número enfrente del esbirro, que tras comprobar que nadie se ha esfumado por arte de magia durante la noche abre la puerta. Sigo creyendo que la multa está pagada y saldré el lunes, así que estoy motivado. Hoy toca ver cómo funciona la cárcel por la mañana. Mañana me iré a Malasia.

Formamos en el patio para un nuevo conteo y para cantar el himno nacional de mala gana ante la atenta mirada de guardias. Luego viene el desayuno: más arroz. Todo el mundo intenta hablar conmigo. De dónde soy, qué hago aquí. Nadie habla inglés y Kai, el tipo de Singapur, está en el caseto con los guardas. El desdentado que me ofreció agua en el calabozo de Sadao pasa a mi lado sin mirarme. Los guardas me llaman: es hora de afeitarme la cabeza.

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