Junto a tres moteros de California que habían comprado un par de cajas de medicinas y querían ir a la zona cero para ayudar como voluntarios, el 13 de septiembre por fin llegué a Srinagar. Previamente habíamos contactado a través de Internet con un par de locales que nos remitieron al campamento médico de Rawalpura y nos consiguieron alojamiento en una casa situada en una de las pocas zonas secas de la capital cachemir (con los hoteles inundados e inoperantes, no era plan de ir allí a quitar sitio en que dormir a los refugiados). Pasamos siete días en la zona, durante los que hicimos salidas en bote para repartir alimento, agua y medicinas en las zonas aisladas, participamos en tareas de limpieza e intentamos documentar la tragedia. Sin internet, telefonía ni ningún personal público a la vista, excepto rumores de soldados haciendo algo aquí y allá, fuimos testigos de mucho sufrimiento, de la incapaz reacción de los gobiernos estatal y central ante la crisis y de la creciente ira del pueblo cachemir, cuya gran mayoría se sentía ignorada y ninguneada por el gobierno de India.
El siete de septiembre, tras cuatro días de lluvias incesantes, el cauce del Jhelum se desbordó y sumergió Srinagar. El agua desmanteló la electricidad, el suministro de agua y las comunicaciones civiles, e inutilizó el cuartel general del XV Cuerpo del Ejército del Norte, responsable de coordinar las operaciones de rescate en caso de emergencia. La inundación, unida a la deficiente respuesta de todos los agentes públicos, acabó con más de cuatrocientas vidas y dejó a cientos de miles de personas sin hogar.