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La casa sin hambre

No pareces darte cuenta de que estás en la cárcel. Si vas a salir de la cárcel, lo primero de lo que has de darte cuenta es: Estás en la cárcel. Si crees que eres libre no puedes escapar.

Son como el hombre que ve un espejismo en el desierto, caminando febrilmente hacia su oasis imaginario.

Están encadenados por quimeras que los esclavizan y les prohíben hacer lo que realmente quieren hacer.

Creen que están en un lugar agradable pero están en un erial. Trabajan duro para mejorarlo, para hacerlo aún mejor. Pero es un erial. No pueden verlo, pero pueden sentirlo.

Vuelvo al Primer Mundo. De vuelta a casa. ¿Es casa? Casa se ha convertido en el lugar más bizarro del planeta. A pesar de estar acostumbrado a países extraños, a culturas diferentes y a gente rara, “casa” ha sido todo un shock cultural. “Casa” es como el recuerdo de un sueño tras despertar. Es familiar. He estado aquí antes. Pero es tan familiar como borroso e irreal.

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Los niños del arcoíris

La gente del desierto no habla inglés, y nos preguntan: ¿por qué son tan blancos? Y les decimos que la gente blanca vive en una pecera, nunca salen afuera, siempre adentro.

La terraza de un café por la noche.  Tenues luces de colores, mantras en los altavoces, humo en el aire. En la mesa de al lado unas inglesas juegan con pintura de dedo. Más allá un grupo de alemanes fuma hierba. Todos alegres y relajados, sin preocupación ni responsabilidades, en una burbuja de shanti y seguridad en medio de un país tercermundista. Una guardería para los niños del arcoíris. Con sus ropas hippies y sus libros místicos y sus cursos de yoga, todos predicando su gran revelación, todos pasando meses en India y vuelven a casa y eh, he estado en India, pero ¿has estado en India, en la verdadera India de caos y sonrisas y violencia brutal y canciones estridentes emanando de los templos? ¿O solo en la reserva protegida de Hampi, de Pushkar, de Rishikesh, donde nadie se atreve a atacar a la mina de oro, a los ingenuos niños occidentales con bolsillos repletos y almas sedientas? Creyendo tener todas las soluciones para India y para el mundo sin haber experimentado nunca India o el mundo. Creen que han visto hambre, que han visto pobreza, porque un par de veces a los extremos de la reserva o en autobuses entre una zona protegida y otra vieron algo que no debería estar allí. Algo que pareció único y horrible y la auténtica India.

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El romanticismo del vagabundo (o la lenta partida de Leh)

Viajar es el paraíso del loco, dice Emerson, y yo estoy orgulloso de ser un loco.

William T. Vollmann, Riding Toward Everywhere

Lleva suficiente dinero para coger el autobús

Merle Haggard, preguntado sobre qué aprendió durante sus años de vagabundo.

En Leh, tras 33.300 kilómetros y tras una guerra y media, una catástrofe natural, veintitrés países, cuatrocientos dieciséis vehículos y 168 noches de refugios improvisados, decidí concederme unas vacaciones. En Irán había fantaseado con la idea de comprar una tarta cuando alcanzara los seis meses de viaje, pero los seis meses me encontraron demasiado ocupado con la inundación en Cachemira como para darme cuenta de que habían llegado. Y tras Srinagar llegó Leh e hice amigos que comían en restaurantes y dormían bajo techo y conocí chicas que tomaban cafés y que requerían que me duchara y cambiara de calcetines a diario, y a todo esto había que añadir algo de charas y bidis y cerveza. Así que decidí celebrar el evento de otra forma: dado que la media de mi gasto diario en julio había sido de 2,71€, bien podía darme el lujo de doblar el presupuesto a diez euros durante diez días y vivir como un señor, porque diez euros dan para mucho en India.

Desde el lujo y la comodidad de mi habitación caliente y sin ratones, de cenar con cubiertos en elegantes mesas con mantel en Gesmo o The Tibetan Kitchen, de dormir hasta tarde y remolonear en la cama y desayunar huevos con tostadas y pasar las tardes leyendo y charlando y sorbiendo café de verdad en la terraza de Bon Appétit o yendo sobre una Royal Enfield hasta algún templo budista en las montañas, tuve tiempo de sobra para reflexionar sobre los doscientos días exactos que había pasado arrastrándome sobre Eurasia desde León hasta este rincón extraño del subcontinente índico. Desde el lujo y la comodidad, pude volver a ver el viaje como lo veía en casa o como lo ve la gente que responde con brillo en los ojos que es muy impresionante o es tan guay a historias como la de cuando me pilló el diluvio universal en Rize y tuve que correr durante un kilómetro por la autopista mientras los turcos se reían de mí hasta que por fin encontré un agujero en la valla y pude salir y refugiarme bajo un tejado. Cuando estás mojado y tiritando no es tan fácil verlo de esa forma. Pero ahora mismo, sentado en la cama con el estómago lleno y ligeramente colocado después de despedirme de una chica rubia en una de las mágicas callejuelas de la noche de Leh, creo que lo entiendo de nuevo.

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Musafir

Musafir (مسافر) es una palabra que en árabe, persa, hindi y urdu significa viajero. En turco significa huésped, como alternativa a «konuk», pero es pronunciada misafir. También es el nombre de una banda de rock hindú y el título de seis películas.

Vagamos por la tierra hacia el sur y hacia el este, escapando de un mundo prefabricado de envoltorios de plástico esterilizados en el que todo está claro y precios y resultados son siempre obvios. Todo tiene un precio, un cartel o una indicación o una localización exacta en Google Maps, y huímos hacia donde aún es necesario preguntar y dar vueltas mientras te invitan a chai y se preocupan por ti y una simple palabra mágica significa todo y te hace sonreír desde el fondo del corazón. Todos escribimos, todos blogueamos, todos soñamos y nos creemos el puto Jack London, viajando apenas sin dinero donde los autobuses y las carreteras no se atreven a llegar.

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Iniciación al dumpster diving

El día que recogen la basura, te das cuenta de que alguien está husmeando en la tuya, sacas la cabeza por la ventana y le dices: “¿Qué demonios estás haciendo?”.  Y entonces se va y tú empiezas a revisar tu propia basura. Empiezas a reevaluar la calidad de tu basura, preguntándote si habrás cometido algún terrible error, si habrás tirado algo que ahora va a ser esencial en tu vida. 

Tom Waits

Ya es tarde cuando bajo del camión en una gasolinera a las afueras de Mo i Rana. Probablemente no consiga seguir hoy, y el camionero serbio que me ha traido ha ofrecido recogerme mañana a las seis. Así que necesito buscar un sitio para dormir, y mientras me paseo por los alrededores veo un cartel de un supermercado Coop que acaba de cerrar. Por qué no, busquemos algo de cenar.

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Llora por el hombre

La puerta del maletero del destartalado Volkswagen se abre de pronto a 150 kilómetros por hora en medio de la autopista que va de Malmo a Goteborg. La madre gitana es la primera en reaccionar, y grita en búlgaro lo que yo ya sé: mi mochila, que empotramos entre sus trastos hace cinco minutos en el área de servicio, está rodando por la carretera.

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