La casa sin hambre

No pareces darte cuenta de que estás en la cárcel. Si vas a salir de la cárcel, lo primero de lo que has de darte cuenta es: Estás en la cárcel. Si crees que eres libre no puedes escapar.

Son como el hombre que ve un espejismo en el desierto, caminando febrilmente hacia su oasis imaginario.

Están encadenados por quimeras que los esclavizan y les prohíben hacer lo que realmente quieren hacer.

Creen que están en un lugar agradable pero están en un erial. Trabajan duro para mejorarlo, para hacerlo aún mejor. Pero es un erial. No pueden verlo, pero pueden sentirlo.

Vuelvo al Primer Mundo. De vuelta a casa. ¿Es casa? Casa se ha convertido en el lugar más bizarro del planeta. A pesar de estar acostumbrado a países extraños, a culturas diferentes y a gente rara, “casa” ha sido todo un shock cultural. “Casa” es como el recuerdo de un sueño tras despertar. Es familiar. He estado aquí antes. Pero es tan familiar como borroso e irreal.

Me llevan a lugares agradables. Me siento en el jardín de una casa sobre un acantilado que domina el océano, sorbo mi bebida, me siento maravillado y culpable. Pienso en mis cuarenta hermanos que se pudren en Na Tauí, a esta hora probablemente formando para ser contados antes de regresar a las celdas. La gente que sorbe bebidas conmigo en la casa sobre el acantilado se queja de problemas irreales que les ciegan  y hacen imposible ver la dolorosa belleza del paisaje, la increíble perfección del momento imperfecto. E imagino a mis compañeros de celda aquí conmigo, no enjaulados y hacinados sino en este paraíso de belleza y paz y libertad. Veo sus sonrisas, les veo apreciar con reverencia cada pequeño detalle dado por contado, riendo, bebiendo con cuidado y deleite extremos. Veo a Pohn y a Tom y Kok corriendo sobre la hierba como los niños que realmente son. El viejo Lumchin descansa su espalda en el respaldo del sillón, observándoles con calma mientras sonríe como si quisiera sacarse las mejillas de la cara. Gigante y Pescador debaten a gritos los vicios y virtudes de la bebida, Abdullah fuma un cigarrillo de verdad en vez de tener que liar ese veneno de la cárcel. Santh está perdido en sus pensamientos y observa el mar en vez de un muro cruel. Entonces vuelvo a la realidad. E intento no llorar.

Me llevan a un restaurante puesto, del tipo en el que la comida es escasa y viene con un manual de instrucciones, y en cierto momento llega un nuevo plato y esta vez la escasa comida está cubierta por una mierda amarilla. Qué es eso, pregunto, y la gente que me acompaña me informa a regañadientes de que es polvo de oro. Oro comestible. Oro. Mis hermanos en la cárcel y yo aquí comiendo oro. Qué cojones ha pasado. Y esta vez casi lloro.

A veces digo algo y lo entienden, pero para ellos es solo un concepto. No es algo real que puedan agarrar, está ahí, más o menos pueden verlo, pero no pueden tocarlo. No pueden utilizarlo. Es simplemente algo que observar por un segundo y después esconder en algún cajón oscuro.

Las apariencias y el dinero dirigen el espectáculo. No hay espacio ni tiempo para la voluntad o el deseo.

No comprenden, no pueden comprender, no quieren comprender. Es su mecanismo de defensa.

Son todo falsas ilusiones y sueños reales etiquetados como utópicos y escondidos en un rincón. “Eso es increíble”, dicen. “Ojalá pudiera”. “Sí, suena muy bien, pero no todo el mundo puede tener una vida como la tuya”. Y yo quiero gritar ¡SÍ PUEDES, PUEDES TENERLA AHORA MISMO, SIMPLEMENTE HAZLO!

El dinero crea vallas. Ciega a la gente. Crea necesidades no naturales. Los ricos son la gente más pobre de la tierra. Porque nunca es suficiente. Nunca. Siempre más, más, más, totalmente incapaces de apreciar cuanto tienen porque hay algunos que tienen aún más. Y también lo quieren. Quieren todo, necesitan todo. Tienen todas las gratificaciones sensuales que pueden desear pero nunca es suficiente, poque ni siquiera una lluvia de monedas de oro puede saciar los deseos terenales.

Sí, la gente pobre ríe. Los ricos temen.

Cuando haces autoestop, cuando eres vulnerable, cuando eres real, la gente no siente la necesidad de pretender frente a ti. Tú no lo estás haciendo, no intentas ser o parecer mejor que ellos, eres un simple vagabundo polvoriento que no pide más que un puñado de kilómetros. Y lo sienten, y por eso les gustas, por eso se emocionan, por eso son amables contigo y te cuentan cosas que normalmente esconderían. El rato que pasan contigo es una liberación, y eso es exactamente lo que les das a cambio del viaje o de la comida. Sin juzgar, sin aparentar, sin leyes, muros o prejuicios. Solo comunicación desnuda. Aire fresco para las masas asfixiadas.

Tanta gente me ha dicho en los últimos días “qué pena que esos tailandeses rompieran tu viaje”, y yo asiento sin atreverme a decir que si ese momento no era un viaje no sabía qué podía serlo, que en vez de de Asia a Europa, a “casa”, es como si me hubieran transportado a otro planeta. “Tiene que ser raro estar aquí tras lo que has vivido”, dicen con una sonrisa complaciente. “Qué se siente”. Y yo respondo que no sé, que aún estoy adaptándome, un poco en shock, porque si les contara la verdad me llevaría una hora y les deprimiría una semana.

Quieres ayudarles. Pero qué coño puedes hacer. Solo ellos pueden ayudarse a sí mismos. No hay nada que puedas hacer sino señalarlo. Pero la mayoría está tan lejos de su centro que no lo van a entender, simplemente lo archivarán como algo no importante o poco útil y lo dejarán en algún cajón polvoriento. Y si eres lo suficientemene hábil para hacerles sentirlo o verlo, se enfadarán.

Problemas del Primer Mundo, dice el chiste, insinuando que un niño desnutrido y no qué ponerse para la cena de esta noche es un problema real. Pero qué ocurre si no puedes ver eso, si tener un césped más verde es un asunto más importante que el niño que muere de hambre. Ese es el problema del Primer Mundo. Y es el problema más terrible de todos los mundos.

Tanto humo en sus cabezas, tantos problemas ridículos y autocreados que solo existen en sus mentes, MAYA gobernando sus vidas e impidiéndoles hacer lo que quieren hacer. Bebiendo para poder seguir adelante, para poder seguir pretendiendo frente al mundo. Cada relación disminuida por un muro, por una sombra de falsedad, de incertidumbre, teatro. Quizá por eso siempre beben cuando interactúan entre ellos. Porque lo saben. Porque a pesar de toda nuestra enclenque sabiduría, a pesar de nuestra destructiva servidumbre al hábito, no puede dudarse que toda persona tiene pensamientos sublimes, que todos los hombres valoran las escasas horas reales de vida.

Per todos fingen. Como en la cárcel cuando finges que todo va bien para sobrevivir al enjaulamiento. Solo que esto no es una maniobra inocente. Esto no es una necesidad de supervivencia. Es falsas apariencias dentro de una ilusión. La muñeca rusa de la falsedad. Una mentira dentro de otra mentira dentro de otra mentira. Pero todos fingen. ¿Por qué esta risa, por qué este regocijo cuando el mundo a vuestro alrededor está perpetuamente ardiendo? Porque simplemente no lo saben. Han estado rodeados por oscuridad tanto tiempo que creen que es luz.

Y estoy tan jodidamente asustado. Tan jodidamente asustado. Por qué estoy aquí. Aún no era hora. Aquel que no tiene heridas en su mano puede llevar veneno en su palma sin miedo. Pero mis heridas no han sanado todavía. Mi pobres y sufridos dieciséis meses de camino tiemblan. El veneno está entrando. Y la gente dice “joder lo que has vivido”, y “lo que has aprendido”, mientras yo siento mis tres nudos mal atados deshacerse segundo tras segundo. Occidente, el Primer Mundo, el mar de riqueza invisible, se está apoderando de mí.

En este León donde una versión de mí existió una vez y al que ahora he regresado involuntariamente todo me parece malgasto, todo es comer y beber, gente flotando en abundancia y ciegos a ella, hundida en la extraña miseria de las personas acomodadas que nunca han aprendido el valor absoluto de un currusco de pan, de un vaso de agua, de doce metros cuadrados de refugio privado. Y no intento pintarme como el santo clarividente, pues yo también caí. He empezado a caer en tentaciones, a consumir mucho más de lo que necesito, a alimentar necesidades artificiales que no te hacen feliz sino débil y que a pesar que las consideraba muertas y enterradas no han tardado más que unos días en llamar a la puerta. Yo mismo, el vagabundo feliz, ya tengo mi buena colección de problemas miserables tras solo una semana en el Primer Mundo. No es más que el otro lado del espejo. Cuántas veces me pregunté qué tipo de grandeza de espíritu lleva a quien no tiene nada a ofrecerte todo lo poco que tiene, y ahora mi extraña carretera me ha puesto frente a quienes tienen todo y no lo saben y lo guardan para sí, quienes mueren de sed mientras se bañan en un pozo, los verdaderos pobres de la tierra que no saben ver ni sonreír. Y yo que ví tanto y me creí tanto estoy haciendo lo mismo tras unos pocos días, ignorando todo lo maravilloso a mi alcance y siendo cegado por ese sistema socioeconómico odioso y por mis propios y muy particulares prejuicios. Ya no soy el vagabundo ingenuo que sonreía ante cosas pequeñas al llegar a Madrid, que murmuraba maravillado so may nice things en un supermercado de Atocha sin que le ofendiera la risa de la chica que le había escuchado. Ahora solo hay rabia.

Pero aún así soy el raro, y todos preguntan y algunos se ríen y otros me envidian en silencio. Y no soy nada. Un viajero. Una sombra bajo el sol. Un ex convicto. Un talento malgastado, dicen algunos. Y aún así me envidian. La mayoría de ellos son mejores que yo. La única diferencia es que yo lo intenté. Yo me atreví. No a viajar, sino a hacer lo que quería hacer, que en mi caso era ir por ahí con una mochila pesada y bolsillos ligeros.

Vagad y admirad mi creación, recitó el Mensajero. Así que vago. Admiro. No tengo nada más que lo que cargo y no me da miedo pedir si necesito algo más. Soy lo que soy y no pretendo otra cosa. Como la comida extendida por la mano sudada, duermo bajo las estrellas, duermo bajo tejados de amabilidad. Quiero. Intento no odiar. Dentro de mis posibilidades ofrezco realidad, naturalidad, transparencia. A cambio recibo el mundo. Y habiendo renunciado al mundo, camino libre hacia delante.

2 comentarios en “La casa sin hambre”

  1. Cuando leí tu post por primera vez, me alegré mucho, porque vi una gran perspectiva con la que observas al mundo, sus sociedades y a las personas que por aquí nos movemos, desnudos y sin mucha «maña».
    Después de releerte mas veces, no puedo dejar pasar de largo el sufrimiento que transmites y que te hizo llorar.
    Me encanta verte «crecer» y por ello me atrevo a dejarte esta -larga- reflexión que no busca otra cosa que -ser una llamada- para que durante tu camino goces de la diversidad.
    La consciencia humana -es decir, el “darse cuenta”- ha supuesto -y aún hoy lo es- un largo camino de experimentación y reflexión cuya resultante es la evolución del ser. Y es que, ¿percibimos las cosas tal como son? ¿Cómo encajan nuestras percepciones con la realidad objetiva? ¿Existe esa realidad objetiva tal como nos la presentaban los científicos mecanicistas: observable, pesable y medible? ¿Cuál es la frontera que delimita lo subjetivo de lo objetivo?
    Los seres humanos tenemos fundamentalmente dos fuentes de información: una externa -que nos la proporcionan los sentidos- y otra interna -que proviene de la memoria-. Si nos detenemos durante un momento a analizar los datos que percibimos por el primero de esos canales, los sentidos, nos daremos cuenta de que no es una fuente demasiado fiable. Un buen ejemplo lo tenemos en esos pasatiempos basados en dibujos de ilusiones ópticas que nos hacen confundir tamaños y formas, percibir líneas curvas como rectas y viceversa. Y es que normalmente no vemos las cosas tal como son sino como son para nosotros. Algo que nos lleva a plantearnos si no será el cerebro el que “construye” nuestra propia realidad en base a una información que interpreta o traduce de múltiples formas.
    Por otra parte, también hemos de tener en cuenta que nuestro cerebro “selecciona” los estímulos que le llegan del exterior abriendo más unos sentidos e inhibiendo otros en función de la acción que vaya a desarrollar después. Es como si colocáramos un filtro ante todo lo que sucede a nuestro alrededor y desarrolláramos una especie de sensibilidad o intencionalidad que potenciaría algunos aspectos y despreciaría los restantes quedándose sólo con aquello que le interesa, con lo que es objeto de su atención. Como si de cuanto sucede alrededor únicamente fuéramos capaces de ver lo que se muestra bajo el chorro de luz que arroja una linterna. Todos los objetos iluminados serían registrados pero no el resto.
    Eso nos coloca ante el siguiente postulado: percibimos no sólo lo que vemos sino lo que queremos ver. Nuestros ojos, por ejemplo, no perciben con la fidelidad del objetivo de la cámara de fotos sino que nuestro cerebro interpreta y adapta la información que recibe del exterior. Está demostrado que aunque se trate de objetos físicos no observamos lo que tenemos delante sino lo que llevamos dentro. Además, la percepción a través de los sentidos físicos es siempre relativa a un marco de referencias y, por supuesto, siempre subjetiva. Desde el punto de vista filosófico podríamos decir que lo que vemos en realidad son nuestras propias ideas.
    Hay gran cantidad de experimentos -tanto con animales como con personas- que demuestran estas afirmaciones: gatitos recién nacidos a los que se les colocó en un entorno donde sólo existían barras verticales a su alrededor. En otra sala, a otro grupo de gatitos se les rodeó de objetos horizontales. Tras varias semanas de aclimatación, cuando se les cambió de sala tanto unos como otros chocaban repetidamente contra los objetos que no eran capaces de “ver” a pesar de tenerlos ante sus ojos.
    En el caso de los seres humanos, los experimentos de Solomon Asch demostraron que incluso ante una percepción obvia un sujeto puede negarla si se encuentra rodeado por otros que aseguran ver algo distinto. La persona sugestionable es capaz de renunciar a su propio criterio y convicción para ajustarla a la de los demás. Eso nos indica que el ser humano -mediante determinadas técnicas- es capaz de cambiar sus actitudes, sus gustos y sus tendencias, algo que conocen bien las agencias de publicidad o los partidos políticos cuando ponen en marcha su propaganda electoral o las campañas promovidas por los medios de comunicación de masas. Técnicas que van a influir, sin duda, sobre los hábitos, las modas, las ideas, los convencionalismos sociales, los gustos, etc., de las personas.
    Por otra parte, cada uno de los acontecimientos que hemos vivido desde que nacimos, la educación que hemos recibido, las ideas que la religión ha implantado en nuestra mente, las convicciones arraigadas, toda nuestra experiencia, en suma, conforma un cuerpo de creencias dentro del cual nos sentimos seguros. Esas creencias las colocamos a nuestro alrededor como si se tratara de escudos o barrotes que impiden que las cosas del exterior nos lleguen; de esa forma nos protegemos del entorno. Pensamos que las creencias firmes nos hacen fuertes. De hecho, es bastante habitual oír a alguien presumir de lo “intocable” de sus ideas.
    Pero en realidad lo que sucede es que esas creencias le están proporcionando a la persona una colección de “filtros” de distintos colores a través de los cuales va a observar la realidad. Y eso, en un mundo de interrelaciones personales tan complejo como el nuestro supone una fuente inagotable de conflictos. Pues si la información que nos llega del exterior es seleccionada en base a criterios absolutamente personales y, además, se mezcla con la que proviene de la propia experiencia no cabe duda de que un mismo hecho podrá ser interpretado por cada ser humano de forma absolutamente personalizada.
    Así pues, podríamos decir que la realidad es aquello que uno admite como posible y que intenta comprobar mediante la experiencia posterior, que es un hecho; aunque lo cierto es que nada es real, todo es subjetivo en función de las creencias internas y sólo vemos aquello que aceptamos que existe. Sólo eso. De ahí que la defensa a ultranza de la propia verdad, el empeño en dar testimonio de la realidad, sea algo absurdo que sólo puede conducirnos al aislamiento o a la imposición.
    El ser humano sólo puede dar testimonio de lo que siente; todo lo demás son creencias. Los sentimientos se generan dentro del ser y corresponden a su personalidad interna, a su parte más esencial, esa que no estaría contaminada por la educación o la cultura sino que correspondería al conjunto de sus valores más profundos, a lo innato, no a lo aprendido.
    Para la persona, los sentimientos son una realidad objetiva independientemente de que se manifiesten o no, o de dónde o cuando lo hagan. Sin embargo, sí es importante reconocerlos y expresarlos porque al hacerlo mostramos nuestra parte más auténtica, que además despertará resonancias en nuestros seres cercanos. No olvidemos que son las ideas, las creencias, las concepciones mentales las que nos separan, las que conforman la auténtica cárcel donde nos encerramos. Recordemos las palabras de Ghandi: “Cada día estoy más convencido de que la naturaleza humana es la misma en todas partes, sin importar la tierra que se pisa o el cielo que se contempla, y que cuando uno se acerca a los hombres con confianza y afecto recibe esos mismos sentimientos quintuplicados”.
    Muchos grandes filósofos nos hablan de la necesidad de colocar nuestro punto de apoyo fundamental en el corazón. Durante mucho tiempo nos hemos polarizado en el mundo de la mente, del razonamiento a ultranza, y ello nos ha llevado a manejarnos en un mundo concreto, a dibujar una realidad que está plagada de fronteras, unas veces geográficas o sociales pero, las más, puramente personales. El siguiente paso para los seres humanos será romper las propias barreras y romper su soledad deshaciéndose de sus miedos y aprendiendo a ir hacia los demás saliendo de la falsa prisión de sus creencias.
    Tal vez las voces que ya se empiezan a oír sobre la necesidad de aprender a pensar con el corazón, la conveniencia de comunicarse desde el corazón, la importancia de reconocer los sentimientos, etc., representen un nuevo camino -difícil de recorrer al principio- que pueda ayudarnos a identificar nuestras realidades subjetivas con un espíritu mucho más abierto capaz de captar la riqueza que proporciona la diversidad de nuestro mundo. Tal vez sea necesaria la energía extra que proviene del corazón -como generador de sentimientos- para aunar en un todo mucho mayor la subjetividad de cada ser como si cada uno tuviésemos una pieza de un gigantesco puzzle capaz de conformar juntos una imagen coherente: la de una realidad con mayúsculas.

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