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Gili Meno

Sentado al sol tras un baño mañanero me doy cuenta de que esta es probablemente la primer vez en seis meses que estoy quieto en un sitio agradable. Desde que nos fuimos de Hampi el sur de India fue una carrera, Myanmar fue una pasada pero con solo 28 días descontando en el visado había que moverse rápido. Estuve tres semanas en Bangkok, dos en Na Tahuí,  otras tres en Mumbai, sí, pero ninguno de esos sitios son exactamente lo que llamaría lugares agradables. Ahora tras unas cuantas noches de poco sueño me despierto en una de las escasas fortalezas de viajeros que resisten en Gili Meno y me siento en la cabaña principal sorbiendo un café. ¿Qué hacer? Sonrío. Porque no lo sé. No me importa. Da igual. Quedan doce días en mi visado y dudo que haga más con ellos que estar aquí. De vez en cuando leeré y escribiré y daré vueltas por la isla. El resto de tiempo no hay más que hacer que charlar y sonreír.

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Ya hemos cerrado

Cuando por fin llego a Kudle Beach después de pasar la tarde en Gokarna son más de las once. Me doy una ducha rápida en mi albergue y cruzo la playa para cenar algo rápido en Moonlight Café. En una de las dos mesas bajas de la entrada aún hay gente, junto a la otra duerme un hippie de pelo largo y canoso. Me siento en los cojines y Mahesh se acerca a recibirme.

Ey, Mahesh, tío, ¿a qué hora cerráis?

Ya hemos cerrado, hermano.

Entonces me da un menú y pido chowmein y una cerveza y como y escribo y después fumo un porrito al que me convida el hippie canoso y me voy de allí a la una y media de la mañana pero, Dios bendiga a India, ya hemos cerrado. Hermano.

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Los colmillos del monstruo

“And this also,» said Marlow suddenly, «has been one of the dark places of the earth.” 

Es falso. Es artificial. Es plástico barato y transparente y si miras a través al otro lado no hay nada. Es alegría prefabricada, rusos borrachos arrastrando los pies desesperadamente por la playa en busca de un lugar en el que desmayarse. Mendigos blancos con los brazos tatuados de remordimientos que no necesitan chapati sino darle un descanso al mono. Música trance y sexo desesperado, la necesidad absoluta de beber y follar y creer que eres feliz, de quemar dinero y malacostumbrar a los locales al más puro estilo flashpacker y dos semanas después volver a tu vida vacía e intentar convencerte a ti mismo de que fue una experiencia única, de que durante esas dos semanas estuviste vivo y todo fue de puta madre.

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