13 dias en una cárcel tailandesa (Parte 2)

PARTE DOS

El juicio

 

Por la mañana traen un intérprete con un inglés de mierda que me dice lo que ya sé. No pueden dejarme ir hasta una oficina de Western Union, pero puedo hacer una transferencia a la cuenta bancaria de la comisaría. La pregunta es cómo, porque se niegan a dejarme contactar con nadie. Trescientos baht en un momento de calma me dan acceso a Facebook (por teléfono o email podría contactar con la embajada) para avisar a mi pobre chica india con la que discutí mi última noche libre y pedirle que haga la transferencia. Tengo un par de minutos antes de que el policía que me ha dejado usar su móvil me meta prisa: nos vamos al tribunal.

They´re taking me to court.    ; )

Don’t´panic.

El tribunal no es en absoluto lo que esperaba. Nos llevan ante un tipo sentado tras un escritorio y nos hacen arrodillarnos mientras respondemos sus preguntas. Yo me siento en el suelo. Le explico lo de los diez días, la falta de dinero, la cuenta bancaria que me han dado y que espero sea real. Apenas habla inglés y entiende poco. En vez de al tribunal me llevan a otra celda en donde ya esperan unas veinte personas. Recibo mi primer baiyán (tabaco de liar envuelto en un tallo seco, lo que fuma la gente pobre en zonas rurales) y mi primera comida en veinte horas. Tras un rato me llaman desde la puerta de la celda y un guardia pregunta YOU! 2.000 baht?? “No, pero si me dejáis salir puedo conseguirlos y mi novia ha hecho esta transf…” y el guardia se pira antes de que termine la frase. Aún no lo sé, pero ése ha sido mi juicio. Sin abogado, sin intérprete, sin juez, sin que me escuchen. Esperamos una hora más y liberan a los que han podido pagar. Iluso de mi, estoy agobiado porque me están haciendo perder el día. Quiero pagar e irme a Malasia, pero ellos tienen otros planes. Cuando por fin me sacan de la celda es para ir a un furgón que grita cárcel por todos lados. Me quito de encima al policía que me empuja y pido llamar a la embajada ya. Me llevo una hostia en el hombro.

Y en la cárcel bajamos, yo aún sin poder creerme el surrealismo de la situación. Para colmo es ahora, cuando ya no puedo hacer nada, que encuentro a alguien que habla inglés: un preso de Singapur que trabaja con los guardias y han traído para que me explique las reglas. Le enseño mi triste papel con el número de cuenta. Le explica la historia a un guardia y me da la misma respuesta que voy a obtener de ahora en adelante: es demasiado tarde, ahora estás aquí dentro. Nos hacen desnudarnos para comprobar que no escondemos nada. Me quitan las botas, el dinero y el cinturón y se lo llevan todo junto a mi mochila. Pido coger un libro y un cuaderno, pero no está permitido. Al menos, gracias al singapurense, me evitan los humillantes ejercicios a los que someten en pelotas a mis compañeros de miseria. Hay una patada y un par de puñetazos.

Entro en el patio del bloque 3 descalzo y sujetándome los pantalones, mirando mal a cualquiera que me ponga los ojos encima. Lo cual no es fácil. La mitad del patio me observa con curiosidad y murmura farang! Hay un edificio grande y otro pequeño. El pequeño contiene las duchas y el baño y una terraza para colgar la ropa a secar en la planta de arriba. El grande tiene el comedor y una tienda abajo, las celdas arriba. Nos dan arroz y recibo un par de baiyanes y dos millones de preguntas en thai. Poco después toca ir a las celdas. La mía es la seis.

Na Thawy prison, hall 3
Dale al ratón que se amplía

Cuando entro en la celda los presos se ríen y hacen bromas. Uno me ofrece un cigarrillo, todos preguntan y se ríen de mis respuestas. Un chaval me dice por gestos que va a cortarme el cuello mientras duermo. Le planto cara y los demás tienen que separarnos. Cuando se calma el tema me busco un rincón sin preocuparme de a quién pertenece y me tumbo un rato a procesar los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas. Ayer era libre, tenía mi mochila y no había reglas. Ahora comparto una celda minúscula con cuarenta presos. Y aún no sé cómo ni por qué.

Tras media hora de cierta intimidad me hacen moverme: a los musulmanes les toca rezar. El más joven y serio de ellos se yergue ante la puerta cerrada, sus ropas blancas contrastan contra los barrotes sucios, su voz dulce y modesta sin mirar hacia La Meca sino hacia donde permiten las circunstancias de este hacinado zulo. Ishmael reza y todos le siguen. Con devoción de pecador que ya querrían para sí reputados imanes. Yo observo en silencio, murmuro en silencio las partes que me sé. Luego me invitan a romper el ayuno con ellos. Soy el nuevo, soy un dhimmi.

Esa misma noche empiezo a apreciar su hermandad, una vez que me relajo. Pasada la hora de jugar a las damas, del café y los cigarrillos, los veteranos empiezan a debatir cómo vamos a dormir. La celda son dos piezas de madera con dos niveles divididas por un pasillo que va un pequeño baño/ducha. En cada una de las cuatro piezas duermen nueve personas, sin nada más que una pequeña almohada y a veces una manta. A pesar de ponernos a cuatro en el suelo aún hace falta montar hamacas sobre el pasillo, y lo hacen con una seriedad increíble, atando los nudos con cuidado y comprobando concienzudamente que aguantan el peso. A mi me dan una manta para poner sobre el suelo y dos botellas de plástico atadas como almohada, pero prefiero usar mi toalla. Me duermo rápido. Huyo a cualquier otro sitio. O a ninguno.

Un comentario en “13 dias en una cárcel tailandesa (Parte 2)”

Venga, deja un comentario