Arrozales a las afueras de Nyaungshwe
Myanmar
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Un día en Inle
A las ocho y media el sol lanza el mundo sobre mí a través de la ventana de mi habitación de tres estrellas y por un momento me quedo inmóvil en la cama preguntándome quién soy, un niño grande de pelo largo que despierta en un lugar muy extraño. En el patio de atrás hay tostadas y tortitas con miel y azúcar y plátano y huevos y una jarra entera de café de verdad para mí solo con una jarrita de leche natural al lado, y en vez de mirarme mal si uso mucha mantequilla la camarera se acerca cuando me ve observar tristemente mis platos tan rápidamente vacíos y me pregunta, ojalá se reencarne en una boddhisattva, si quiero algo más.
En la calle todo es perfecto pero nadie lo sabe. Deambulo por Nyaungshwe fumando un cherut y saludando mingla bá a todo cristo como si estuviera en un pueblo no turístico. Alquilo por mil mohingas una bici que tiene cambios y una cesta y frena medio bien y salgo hacia el lago con la idea de recorrer toda la costa oeste hasta Inn Dein, setenta kilómetros entre ida y vuelta pero tengo todo el día y una bici con cesta y los intha curran en sus arrozales y reman con una pierna en vez de con remos y no hay nubes y el calor no me afecta mientras vuelo en mi bici pero he de tener cuidado para no irme a la mierda en los puentecillos de madera y, ahora sí, una vez fuera de Nyaungshwe la gente me saluda efusivamente desde la cuneta con los tradicionales mingla bá y where you from.
Impuesto a extranjeros
A veces se te olvida que sabes algo. Como cuando se me olvidó que si no hay crocodilos en el Nilo es porque los movieron a todos al sur de Asuán y tuvo que venir uno a recordármelo mientras acampaba en la arena junto al lago. O como cuando hoy se me olvidó que la junta militar de Myanmar cobra una tasa a extranjeros por entrar a la zona del lago Inle.
El autoestop desde Kalaw había sido divertido, de pie en el extremo trasero de una camioneta llena de campesinos a los que antes de que pudieran decir one thousand solté un alegre peshaima shi bú que les hizo reír a todos. En Shwenyaung me recogió un tipo con buen inglés y mejor coche con quien charlé durante once kilómetros hasta que paró en lo que creí un peaje. Hasta que vi el cartel.
«Foreigner Fee. 10 Dollar / 10 Euro».
El largo viaje a casa 