Expulsado de su casa por impago, uno de los últimos bardos nómadas del Rajasthán sobrevive en una tienda en las arenas que rodean Pushkar. Heredero de una tradición milenaria que agoniza, a pesar de que su propio hijo haya abandonado el ravanahatha para abrir un negocio, Rampal Bhopa se empeña en hacer lo que le enseñaron a hacer: ser un músico y un poeta, solo frente a la globalización y la modernidad.
Rampal es un habitual del centro de Pushkar. Alrededor del lago sagrado carga con su ravanahatha, un violín curvo, en busca de extranjeros dispuestos a pagar unas rupias por escuchar su música o simplemente grabarle unos segundos con sus móviles mientras toca. Nuestra relación evoluciona lentamente: de inclinaciones de cabeza a chai y finalmente llega la invitación a cenar en su casa, que está «a solo diez minutos a pie». Tras cuarenta y cinco minutos de pateo hemos salido de Pushkar y llegado a un grupo de tiendas en el desierto. «Es un poblado de músicos», explica Rampal. «Todos aquí pertenecen a la casta bhopa».
Según la leyenda, los bhopa se encargaban de la seguridad de los rajput, antiguos príncipes rajastanis. Tras una larga guerra toda la población pereció salvo un rajput y un bhopa. Este preguntó a su antiguo amo: «¿Cómo vamos a sobrevivir ahora?» El consejo del rajput fue que aprendiera a hacer algo con sus manos. El bhopa pintó sobre un gran pergamino la historia de Pabuji -uno de los cuentos épicos de su pueblo-, aprendió a tocar el ravanahatha y empezó a vagar de un pueblo a otro recitando sus leyendas. Así nació la casta de los músicos vagabundos del Rajastán, mitad bardos y mitad chamanes, capaces de conceder la benevolencia de los dioses mediante el poder de su poesía.
El largo viaje a casa 